La mezcla milagrosa




 Escalandrum, el sexteto liderado por el baterista Daniel Piazzolla, presentó su disco ?3001? en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125). Incorporando a Elena Roger, revisitan algunos clásicos y otras joyas poco conocidas del creador del Tango de Vanguardia.

Por Tomás Stilianos y Mariu Serrano

 

Seis instrumentistas y una cantante en escena. A primera vista es una orquesta estándar de jazz, con una sólida columna de vientos Martín Pantyer en clarinete bajo, Damian Fogiel en saxo tenor, y Gustavo Musso en saxos alto y soprano, Daniel “Pipi” Piazzolla una batería de tres cuerpos, Mariano Sívori en contrabajo y Nicolás Guerschberg en en un piano de cola. Un espectador casual se podría esperar un tributo a George Gershwin cuanto mucho, y quedaría tan sorprendido como quienes intuíamos qué iba a suceder en el Coliseo.

3001 es un compendio de composiciones de Ástor Piazzolla en colaboración con distintos poetas –principalmente el uruguayo Horacio Ferrer, pero también otros como Mario Trejo y Geraldo Carneiro-, que pese a haber sido compuestas hace ya medio siglo y a tener modismos de un lunfardo en desuso, suenan tan actuales y disruptivas como entonces. Un gran acierto de parte de la banda fue convocar a Elena Roger antes que a una cantora de tangos de la vieja escuela, porque es consecuente con la propuesta renovadora y refrescante de Escalandrum. Además de su histrionismo natural, que tiene que ver con su faceta actoral, Roger, a pesar de su pequeño tamaño, posee un caudal sorprendente, un registro amplísimo y en particular un excelente dominio de los matices, algo que caracteriza este tipo de ritmos. Con su porte elegante, estaba un poco rígida o demasiado correcta al comienzo, pero a partir de “Balada para un loco”, a la que le brindó un color propio y despertó una ovación de la sala llena, se permitió jugar más y dejar que la emoción la tomase. Al término de esta canción -posiblemente la obra más aclamada de la dupla Piazzolla-Ferrer-, Roger ya tenía en su bolsillo a las 1800 almas presentes esa noche, y festejadas con la misma intensidad pasaron “Oblivion”, “La bicicleta blanca” y “Vuelvo al Sur” la última composición de Piazzolla para una película (Sur, de Solanas).

“Me dijo que sea músico, que sea pobre, pero que sea feliz”, evoca Pipi dentro del libro de 3001 Proyecto Piazzolla, y se lo nota feliz cuando sus compañeros le dejan un par de compases en silencio en “La muralla de China” para que nos deleite con su impecable técnica sobre la batería, un mimo al buen gusto, para luego volver a todos juntos. La química de la banda es exquisita, y por momentos las miradas entre los músicos valen más que las notas en el pentagrama. Al momento de los agradecimientos el alma máter, el señor detrás de los parches, lo expuso en palabras: “Siempre lo digo, tocar en Escalandrum es lo mejor que me pasó en la vida, porque tocamos la música que nos gusta y somos como un cardumen, todos nadamos para el mismo lado sabiendo bajar cambios y lo que quiere el otro con sólo mirarnos”. Y hace 17 años que ese cardumen nada por Jazz, Tango, Milonga y Rock bajo el inconfundible manto de influencia que la música de Piazzolla supo crear y que ahora encuentra una nueva faceta bajo la voz de Roger. En este sentido Guerschberg, quien es además el arreglista de todas las canciones, tiene una cualidad de la que muchos instrumentistas excelsos carecen: criterio. Lejos de buscar la atención, con su interpretación resalta lo que están tocando sus compañeros, y así aglutina el conjunto.

3001 no tiene un carácter de homenaje ni de tributo, sino de continuación. Fundamentalismos aparte, el tango le debe a Piazzolla una apertura de horizontes comparable solamente con Julio de Caro y Aníbal Troilo. El emparentamiento con otros géneros, como el jazz, el rock y la música clásica, es una mezcla milagrosa que sólo un miembro de su linaje está avalado para retomar. Y felizmente, al “Pipi” le picó el mismo bicho que a su abuelo y se dedica a proseguir su búsqueda en una clave actual.

 

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