Por María Eugenia Serrano
El segundo álbum de Huevo, presentado el pasado 3 de junio en el Teatro Vorterix, es un gran ejemplo de esa frase sin dueño que dice que "para romper las reglas, hay que conocerlas muy bien". No todos eren como ti, grabado en los estudios MLC, sostiene la calidad sonora de su aclamado álbum debut, Las mil diabluras, con su rock lunfardo y multifacético, pero es un tanto más ambicioso y audaz que aquel. La incorporación de sintetizadores y diversos vientos de metal (flauta traversa, trompeta, saxo) expande sus posibilidades compositivas y es parte importante de esta maduración.
El joven cuarteto, si bien se autodenomina como una banda de rock, tiene una identidad sonora compleja que se emparenta también con el funk, el jazz contemporáneo, el pop, el hard rock y hasta el rock progresivo. Si pusiéramos en una licuadora las dosis justas de Divididos, John Scofield y Stevie Wonder, el cóctel resultante, salvando las distancias, remitiría en gran medida a este disco.
El combo de riffs de guitarra bien pesados de Sebastián Lans, en tándem con líneas de bajo llenas de groove de Julián López Pisani y las bases de batería polirrítmicas y compases no convencionales de Tomás Saiz, hacen de Huevo una banda fácil de reconocer y difícil de encasillar. Esta fusión, lejos de ser un jeroglífico musical, encuentra el equilibrio gracias a, por lo menos, dos cuestiones fundamentales: en principio la voz limpia, nunca esforzada, de su líder Julián Baglietto (heredero de Juan Carlos) aporta a las canciones un dejo de serenidad, con melodías sin demasiados ornamentos, y por otro lado tienen un destacable trabajo de producción, que delimita los planos sonoros y permite que cada discurso instrumental conviva con el resto sin empastarse.
El tracklist de No todos eren como ti es imprevisible y opera por constraste: la carta de presentación es “Nos esperan”, un tema que incluye un solo de guitarra y otro de batería, lo cual es inusual pero no llega a ser excesivo. Durante el desarrollo del disco se suceden canciones cálidas, eclécticas, con destellos épicos y sorpresivos cambios rítmicos o modulaciones. Se destaca particularmente “Saltar y esquivar”, con su interesante contaste entre los versos sinfónicos, los puentes rockeros y los interludios que coquetean con una big band de jazz. Esta canción dio nombre a un EP publicado poco antes del lanzamiento del disco, y es una clara síntesis de la obra. Tanto es así que es retomada, escondida en "Mazapán", el último tema, en una versión de orquesta de vientos y voz.
Entre los trece temas, hay tres curiosos pasajes que rondan el minuto y medio: “Se escucha”, casi una nana de voz y guitarra acústica; “La nave Matilda”, un track instrumental con un dejo de música disco y película de ciencia ficción; y “Tonta luz”, una versión del tema de Luis Alberto Spinetta. El tema que le sigue, “Bien de abajo”, casualidad o no, guarda una influencia notoria del Flaco, en particular de su disco Kamikaze (1982).
Romper la estructura de un lenguaje implica tener un profundo conocimiento de él, y esto vale tanto para el idioma castellano como para el lenguaje musical. Los cuatro "pequeños monstruos" que integran Huevo se deslizan por los márgenes del rock con soltura de baqueanos, y su tan compleja como original propuesta conquista cada vez más oídos.
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